domingo, 24 de octubre de 2010

Adiós querida inocencia, adiós

Cada golpe de remo le alejaba más de la bahía de donde había zarpado. Su pulso era firme, casi militar, siguiendo el extraño ritmo de un tambor de otro tiempo que sólo él era capaz de oír. Quizá siguiese el ritmo de su propio corazón, un corazón que servilmente sufría los latigazos que le propinaba su mente y que arrancaban pequeños trozos de su alma al hacerlo. Un niño lloraba mientras su madre le pegaba, era joven, tenía 5 años y había descubierto por primera vez los efectos de la gravedad al tirar desde el balcón las flores que su abuela, con mucho cariño, había hecho crecer. De repente el niño no lloraba, la madre no le pegaba, únicamente miraban impertérritos al intruso que los observaba, el pequeño rompió el silencio -¿Es que no has aprendido la lección?-.

La distancia recorrida era considerable, ya casi no distinguía la persona que había abandonado al otro extremo, pero sentía igualmente su mirada, su sombra aún erguida. En su boca se colaba el agua embravecida que atravesaba abordo de su exento navío, dándole una cierta idea del sabor que tenía perder algo, perder a alguien. Recuerdos fluían agitadamente en su cabeza trastornada de forma similar al fluir agitado de las olas que embestían con furia la embarcación, y los recuerdos embestían su cabeza de igual modo. Dos personas se marchaban indignadas tras una fuerte discusión -jamás se volverían a ver- otras dos observaban, ambas parecían intentar convencer a las primeras de que cambiaran de opinión en vano, él las observaba a lo lejos. Al cabo de un tiempo las dos parejas vuelven al encuentro, ahora discutían los cuatro, recordaba a esas personas, todas fueron importantes en su vida, él las observaba a lo lejos. Finalmente las dos parejas habían formado dos bandos y se estaban peleando, cuando pararon le miraron detenidamente y el que llevaba un anticuado sombrero habló -¿Acaso no vas a hacer nada, vas a quedarte ahí quieto sin decir ni hacer nada?-. El niño volvía a llorar, esta vez de forma que desgarraba la poca vida que le pudiera quedar, y llorando repetía -¿Es que no has aprendido nada?- La madre dejó de pegarle para decir duramente -No te metas-.

Era un autómata, su cara no mostraba expresión alguna mientras todo su cuerpo se contraía, agarrotando todos los músculos, para impulsar a aquél triste bote lejos de aquella bahía donde se clavaba fijamente su mirada ausente. Su lucha estaba en otro lugar, ajeno a las inclemencias del tiempo, ajeno al cansancio, a aquella figura ya remota que seguía sintiendo dolorosamente. Una enorme ola casi lo tira al agua... No se podía definir con palabras el esperpento que estaba contemplando, era la guerra, a los dos bandos se había unido una multitud que se peleaba entre sí, pero lo peor era que con cada insulto, con cada injuria, sentía que dos cadenas a las que estaba atado por las extremidades se separaban cada vez más y más a punto de partirle en dos. El niño lloraba como si la muerte misma le golpeara, los azotes colaboraban con el griterío y marcaban su ritmo infernal. Un remo, llanto, otro remo, llanto... Una ola, azote, otra ola, azote...

Cuando parecía que iba a acabar la desgracia, una figura irrumpió de la multitud silenciosamente como irrumpe la luz entre la tempestad, su paso lento y sosegado le tranquilizaba. No caminaba, iba arrastrando los pies cansadamente, aunque no por ello con menor firmeza, por el suelo. Acariciando la cabeza del niño y sin mediar palabra la vio, la dulce misericordia, la hermosa gracia esculpida por el más fino cincel, por la mismísima belleza. El cielo se abrió para dar paso a la divina majestuosidad que se acercaba hacia él, creyó verlo eclosionar y extenderse hasta el infinito, absorbiendo la bahía, el mar y su navío, sobre el que estaba tumbado y sin aliento.
La figura le tocó y sintió que todos los trocitos de su alma, hasta el más ínfimo, era recolocado en el lugar preciso del que se había desprendido a lo largo de toda su vida. Un perdón como nunca antes había sentido inundó la sequía de sus remordimientos y, sobre todo, un perdón que apagaba el fuego de sus rencores.

Volvía a estar en la bahía, arrastraba el bote por la arena hasta el salado mar, todo le resultaba muy familiar, el tiempo amenazaba con tormenta... El viento arrastraba los pasos de unos pies medianos, de hombre creyó pensar, que iban directamente hacia él. Se viró para mirar el rostro de su perseguidor -No te vayas- dijo el joven, llevaba un anticuado sombrero en la testa. Quería decirle que se olvidara, que no le buscara, que no tenía nada que decirle, que lo odiaba por lo que hizo y que por ello nunca lo olvidaría y siempre le condenaría, que había sido él el culpable de todo. Sin embargo, algo le frenó, el recuerdo de los buenos momentos sacudió la furia que crecía en su interior y, de repente, una sensación de pesadumbre le invadió haciendo brotar las lágrimas contenidas (al parecer el perdón no había abandonado las cuencas de sus ojos) y cambiando de opinión desde lo más hondo de su ser dijo -No digas que no me vaya, sabes que debo hacerlo, solamente di "no me olvides", nuestros caminos se separaron irremediablemente y ya están demasiado destrozados como para andar de nuevo por ellos. No te guardo rencor, es más, cuentas con mi bendición para que el futuro te evada de infortunios, quiero que sonrías, quiero que seas tan feliz como lo fuimos cuando estuvimos juntos. Yo no me olvidaré de ti, me acompañarás a donde quiera que vaya y te sentiré dentro siempre, siempre formarás parte de mí, te quiero y te deseo lo mejor- se acercó para darle un objeto -Ten, quiero que te quedes con esto para que yo tampoco te abandone nunca, es más quiero que la protejas, que seas su guardián... Adiós, no me pidas que me quede, es mejor así...-.

Ambos no pudieron decir nada más, la pena ahogaba sus gaznates formando una bola que por contra tampoco se podía tragar... y así, sin mediar más palabras, se embarcó de nuevo hacia el mar, esta vez menos bravo, sabiendo que un pedacito de sí mismo se perdía para siempre aunque le reconfortaba saber que estaba a buen recaudo. Navegaría sin rumbo, como un errante entre la infinitud completamente solo, bueno, completamente no...