domingo, 20 de mayo de 2012

Irremplazable

   Dicen los expertos que la originalidad no existe, que todos los mundos que existen o pueden existir se encuentran, se encontraron y se encontrarán en éste. Como perfectos exploradores inmortales del tiempo -me gusta verlos así- dicen que ante este panorama la humanidad está perdida, que no tiene nada que hacer ante el fin de las historias -eso dicen-. De modo que atendiendo a su diagnóstico, si escudriñáramos de manera omnipotente toda la historia, si pudiéramos zambullir nuestra cabeza en ella: podríamos escuchar los ecos del desgarrador grito de Munch en otras épocas, llegar a ver a la esbelta Dafne echando raíces en otro lugar, e incluso ver a Ulises navegar hacia otro hogar, pasando otro calvario lejos de Ítaca. Dichos expertos, afirman que el conocimiento de la cultura a través de la lectura salvará al hombre de esta sentencia vital -la que ellos mismos dictan- condenada a repetirse y que ello, salvará también a la cultura misma.
   Y bien, la verdad es que ante tanta certeza y tanto pronóstico infalible a uno le dan ganas de todo menos de crear y menos de escribir porque ¿para qué hacerlo si ya está todo escrito, si ya está todo dicho y no queda nada más que contar o crear?
 
   Reniego de los expertos, de los apocalípticos anclados en la conservación del canon sagrado de las academias, de los estilismos, de las élites, de lo estático, de lo establecido, de lo absoluto... Vaya ¿no te recuerda a Shakespeare? - Menuda novedad !Es el mismo recurso de Marcel Proust en "En busca del tiempo perdido"! - ¿No ves que está reflejando el psicoanálisis de Freud de un modo expresionista? - Mira sus protestas, no es más de lo que se pedía en el siglo XVIII ... lo siento, no puedo aceptar esa realidad inamovible y estanca. Si todo ya está escrito y la originalidad no existe ¿para qué el arte?¿para qué la literatura?¿para qué el cine?¿para qué leer?¿para qué pensar?¿para qué sufrir?¿para qué el amar?¿para qué la vida?¿para qué sentir?¿para qué soñar?¿para qué contar?... ¿para qué? me pregunto. Nada se habría escrito si se pensara que no hacía falta hacerlo porque alguien ya lo había expresado antes. Lo mismo sucede con todo. Ni necesariamente tiene que haber una explicación o un significado, ni tampoco una utilidad o un sentido para tener valor e importancia. Así es la pulsión creativa que brilla en cada uno de sus vértices, por más que algunos intenten apagarla y acotar sus límites. Tan solo hay que tener ganas de hacerlo, sentir la necesidad de hacerlo y creer que se puede hacerlo... porque el auténtico valor del arte, de las historias, de las emociones -y de todo lo que merece la pena en sí- reside en la unicidad: en que por mucho que se parezcan unas a otras nunca podrán ser idénticas del todo; y esa suerte de milagro, alcanzada por pura ignorancia o por pura fe, es la que las hace irremplazables y la que nos impulsa a seguir avanzando, seguir soñando y seguir creando a pesar de todo.

jueves, 8 de marzo de 2012

Fly me to the moon


Ofrecían un puesto de trabajo en Ginset Vale -donde me dirigía ahora mismo- como ayudante de mecanógrafo para la revista Extra! Extra!, cuyo nombre empezaba a ser tenido en cuenta entre la muchedumbre y, sobre todo, entre la competencia. Más que un trabajo, era la oportunidad de convertirme en uno de esos sabuesos ataviados con gabardina, pluma y sombrero que husmeaban atentos entre la basura y los despojos que arrojaban las celebridades de vez en cuando, para venderlas al mejor postor en el prostíbulo de noticias de los quioscos. Sin embargo, lo que los otros fueran o persiguieran bien que me traía sin cuidado, yo simplemente tenía una visión completamente distinta de todo aquello y no tenía ni la más remota intención de competir con ellos, no merecía la pena.
Sí, era lo que algunos todavía se empeñaban en llamar, un periodista -o al menos lo pretendía- pero lo cierto es que esa palabra dejó de tener sentido hace tiempo, cuando los amos de Broadway y Wall Street llegaron y sodomizaron las redacciones de periódicos, radios y televisiones a golpe de talonario. Esos grandes magnates que con un simple silbido tenían postrados a sus pies a todos aquellos sabuesos de gabardina, que babeaban y luchaban deseosos por cazar a su siguiente presa y obtener la protección del señor mientras se cubrían de gloria y dinero... Ni hablar, aquello no era periodismo y no era lo que yo quería, por ello el trabajo era idóneo, pues era discreto, lo que me permitiría ejercer la profesión desde un segundo plano mientras se devoraban los unos a los otros por cuatro perras. Además pagaban bien y conocería de cerca a uno de los pocos que guardan el buen nombre del periodismo, Ben Thomson, quien por descontado no se había plegado a los intereses de ningún amo y señor, ya que solo respondía ante su público lector, el único dueño soberano al que se entregaba concienzudamente. Después de todo, conocería la ciudad -en la que nunca había estado- y sus famosas calles repletas de salones nocturnos, música jazz y rondadores de amor perdidos en el fondo de un vaso de alcohol o en las faldas de un ceñido corsé.

Desde la ventana del tren la silueta de la ciudad iba creciendo mientras la sombra de las nubes -que me habían acompañado en todo el trayecto descargando su lluvia sobre la ventana- quedaba ya muy lejos. Mientras se esclarecía el paisaje me di cuenta de que dejaba muchas cosas atrás y de que solo esperaba encontrar una a cambio, una única y fantástica cosa que me esperaba en el andén con una sonrisa carmesí en los labios y que hacía que todo lo demás poco importara.