domingo, 12 de diciembre de 2010

El escritor, la ciudad y el retrete.

Hora de levantarse, son las 6 de la mañana, la humanidad sueña con no despertarse más en este mundo, tan solo los necios resucitan a esa hora para abandonar los placeres de Morfeo. El hombre que baila entre las sombras busca la luz palpando las paredes frías de la galería. Fogonazos alógenos en medio de la noche, pequeñas descargas eléctricas que titilan por la lúgubre ciudad. Es el sueño que despierta, en medio de lo cotidiano, tras pasar la noche abrazado al cálido lecho de los soñadores.
El espejo refleja un rostro patético de expresión moribunda. El agua moldea la cara que misteriosamente empieza a rejuvenecer, a cobrar vida con cada golpe, de la misma forma que las manos del alfarero se la otorgan al barro. Cuando el sujeto parece reconocer la edad que durante 32 años ha consumido, satisfecho, se apresura a purificar su cuerpo con el ritual higiénico diario en medio del concierto metálico de tuberías y cañerías. Al salir, una espesa niebla de vapor lo envuelve, anhelando que un amor emerja del otro lado y lo arrastre al mundo de los muertos que ha abandonado. Pero el humo se disipa, solamente quedan él y su desnudo cuerpo que está ahora limpio pero frío, nunca entero, siempre vacío… y en ese estado sempiterno y patético permanece, mientras tristemente, observa cómo sus fantasías e ilusiones se desvanecen en un remolino de mierda por el retrete.