sábado, 14 de mayo de 2011

El Gran Vidrio de Marcel Duchamp


Aquella tarde la brisa marina le mecía los cabellos con un delicado vaivén. Ella reposaba apaciblemente sobre el levadizo suelo de arena dorada y de vez en cuando giraba la cabeza hacia mí con curiosidad felina, como queriendo comprobar que efectivamente, aún seguía allí a su lado. Hasta ahora, nunca me había fijado en las divertidas pecas que salpicaban sus mejillas, quizás distraído siempre por la profundidad de aquellos ambarinos ojos, pero encontré en tal hallazgo una muestra ineludible de su candidez. No tuvo que durar más de unos segundos, pero dicha observación pareció inquietarle, ya que tras una breve revisión volvió a tumbarse, no sin antes dedicarme una tímida sonrisa cómplice que me tranquilizó.

Sentado en medio de aquel rumor de mar que por momentos inundaba mi pensamiento, me sentí en paz. Todo se redujo a un yo y a un , a un tiempo y a un lugar; aunque reconozco que en ciertos instantes el me tenía completamente absorto, como lo estaba en esta ocasión. En un despiste, me abrazó con fuerza mientras recostaba su cabeza sobre mi abdomen, y me estremecí cuando su húmeda cabellera, parda y salada, contactó con mi piel abrasada por el sol. Quedó de tal modo que frente a mí permanecieron vigilantes aquellos faros que tenían una facilidad pasmosa para conquistarme, puesto que rara era la vez que conseguía resistirme a sus encantos. De hecho, recuerdo cómo me quedé petrificado cuando viendo El Gran Vidrio de Marcel Duchamp me topé al otro lado con aquellos orbes que me miraban fijamente. Cómo durante un breve instante el tiempo se detuvo a través de aquél irrisorio cristal que se hacía líquido, sin duda desfigurado por aquella ígnea mirada. Ahora que lo recuerdo, sentí unas ganas irremediables de atravesar aquél vidrio y fundir nuestros labios en único beso, pero me mantuve sereno mientras dejaba que las fantasías se diluyeran por aquella superficie transparente. La extraña obra dadaísta se convirtió en la frontera de nuestra pasión, cosa que en el futuro encontraría un tanto irónico y casual teniendo en cuenta la naturaleza de la misma.

Cuando nuestras miradas se separaron y el aire volvió a circular por nuestros pulmones, no dudé un instante en invitarle a un café y comentar aquella pieza que comenzaba a cobrar un nuevo sentido para ambos, iniciando así el largo trayecto que nos remite a este momento y este lugar. Ese breve instante se perdió para siempre en el irreversible transcurso del tiempo, pero quedó grabado en nuestra memoria, reservado para momentos tan íntimos y personales como este. Cuando se acercó para darme un beso de los suyos, sin cerrar los ojos, que me supo al mismo mar me preguntó:
-¿Qué es lo que te tiene tan distraído?-.
-Marcel Duchamp- respondí con una sonrisa.

Esta podría haber sido una historia con un desarrollo dramático más elaborado, con una temática más o menos costumbrista, más o menos fantástica, infinitamente más triste o más alegre... pero por suerte o por desgracia, así no ha sido. Esta historia es un complejo relato de una vida sencilla, posiblemente veraz, probablemente incierta, pero una historia al fin y al cabo.

3 comentarios:

  1. Magníficos sujetos de atención los ojos, que conmueven, que nos matan, que nos llevan a hacer cosas tan graves... como escribir este relato tan genial, de los que a mi me gustan. Una historia, con dos personajes, la intimidad y escrita por una amigo.

    Voilà

    ResponderEliminar
  2. Lo mejor, el final: "Esta historia es un complejo relato de una vida sencilla, posiblemente veraz, probablemente incierta, pero una historia al fin y al cabo."

    ResponderEliminar
  3. Mis historias favoritas son las inciertas. Realidad ya hay demasiada, todos los días, en todas partes...

    Yo también tomo un asiento en su refugio, señor Gray :P
    Un beso!

    ResponderEliminar