jueves, 30 de junio de 2011

Perder el sentido por una palabra


Se acabaron los diálogos entre el manco de Lepanto y el fantasma de la ópera, las canciones autocompasivas cargadas de historias y recuerdos lacerantes, las horas vacías de pasto, de pensamientos rumiantes... Terminaron, llegaron a su fin. Dalí encontró su pintura en aquella famosa entrevista de Soler Serrano del mismo modo que yo encontré aquella palabra en mi escritura !Eureka! -gritaba exaltado-, había encontrado la palabra, la que iluminaba todo.
Pero bueno ¿a cuento de qué tanto Góngora?!hábleme en Machado por favor! -pensará el lector-. Mis disculpas, pero tal hallazgo ha transformado mi lenguaje, y me temo que no podrá hacer otra cosa que adivinarla o encontrarla usted mismo sin mi ayuda.
No es ninguna greguería, ni ningún esperpento, no sé que me pasa que se me hincha el pecho, tampoco es que sea rima asonante o consonante, pero creo que se trata del té de la tarde con el señor conejo y las cinco horas que estuve con Mario. La palabra no se queda quieta, revolotea por todos lados de libro en libro y de recuerdo en recuerdo como la mujer de Oliverio !y es que así no hay quien la escriba con propiedad! Pido disculpas de nuevo querido lector, las manchas de tinta dibujan párrafos de persecución insolente y yo ya no sé qué hacer para evitarlo.
Es un Omena-G de Els Joglars, una nota a pie de página en los versos melancólicos de Hipólito, una metamorfosis de Kafka o un Sant Jordi sevillano, quizás una Lisboa sin Saramago, o puede que un blues desafinado... En fin, lo lamento, no hay palabra que la defina ni sintaxis que la rentenga, y en un fallido intento tan solo diré gracias.

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